Un avión de madera es un sencillo juguete. Un avión de madera capaz de dar media vuelta al mundo es un juguete extraordinario. Como extraordinaria es la peripecia que centra El avión de madera que logró dar media vuelta al mundo: la emigración. En este caso, la de una familia andaluza que, a lo largo de tres generaciones, se desperdiga por Cataluña, Brasil, Estados Unidos y Argentina. Rara vez desde la novela se ha abordado con esta intensidad un tema tan fundamental en nuestra historia reciente.
Pero El avión de madera que logró dar media vuelta al mundo va más allá del recuento de unos hechos cercanos a la epopeya. Es una reivindicación del valor de la memoria como elemento fundamental para acercarse al presente; es la constatación de que la historia deja siempre un poso del que resulta imposible huir.
De esa historia, la suya, ha tratado de escapar el narrador, Marcelo Rojo, un mensajero aéreo con pánico a volar. Pero como dice el tango que, junto a otras músicas, resuena en estas páginas, "el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar". Y Marcelo Rojo lo detendrá cuando, días después de la muerte de su padre, tía Magda, tras treinta años de silencio, lo invita a Buenos Aires para devolverle un viejo juguete, el avión de madera que Marcelo le regaló cuando niño, durante la única visita de ella a Barcelona. El viaje que Marcelo emprende entonces será, sobre todo, una vuelta a sus orígenes, tanto a los del pueblo de Escua, oculto bajo las aguas de un pantano en la provincia de Málaga, como a los de su infancia en un entorno y una ciudad extraña. Quim Aranda ha sacado provecho a la memoria para escribir un libro precioso; la atmósfera de la novela alcanza momentos de una densidad impresionante.